La artillería naval es el conjunto de armas de guerra de un buque pensadas para disparar a largas distancias empleando una carga explosiva impulsora.

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NECESIDAD DE CONTRAERNOS A PERFECCIONAR LA PÓLVORA DE NUESTRO USO ACTUAL, Y DE ADVERTENCIAS RELATIVAS A LA OPERACIÓN DE DARLA GRANO, CONCLUYENDO CON LA FACILIDAD QUE PUEDE TENER UN MARINO DE FABRICAR ALGUNA CORTA PORCIÓN DE PÓLVORA, Y UTILIDAD DE ESTE ARBITRIO, PUESTO EN USO POR HERNÁN CORTÉS EN LA CONQUISTA DE MÉJICO.

Vistos los inconvenientes de resultarían de separar cualquiera de los tres simples de la composición de la pólvora de nuestro uso, y la dificultad por no decir imposibilidad, de reemplazar con otra alguna de las sustancias diferentes, ya por los riegos de inflamarse al menor calor o solo contacto, como sucede con el oro fulminante, ya por otras circunstancias, debemos concentrarnos a perfeccionar en cuanto sea factible la pólvora, que tantos siglos hace empleamos en el servicio de las armas de fuego, en conocer de pronto por varios medios su buena o mala calidad, modo de corregir los deterioros que por humedades y otros incidentes haya contraído, y finalmente en conocer la fuerza que es capaz, por experiencias y pruebas en pequeño, adaptadas a los efectos que más en grande debe producir, en el servicio de todas las armas y ramos que son en general objeto de la Artillería.

Tocante a perfeccionar las pólvoras se dijo, que el modo de conseguirlo no consiste tanto en la proporción o relación que tengan entre si las cantidades de los tres ingredientes que la componen, cuanto en la buena calidad de ellos, trituración y mejor mezcla e incorporación de los mismos.

Es notorio que la pólvora ya bien mixturada, pero en estado de polvo finísimo, aunque tenga todos los elementos para producir sus efectos, sería de ningún servicio, porque atrayendo la humedad del aire se liquidaría el salitre, y tampoco podría conservarse sin pronto deterioro en ninguna clase de vasijas. Separado de esto el polvo que necesariamente había de quedar pegado a lo largo de las paredes de las ánimas de todas armas, expondría a los cargadores a varias desgracias, y causaría muchos otros perjuicios. Por estas razones se hace preciso dar el grano a la pólvora.

Pero no debemos inferir que por esta operación adquiera más fuerza la pólvora de la que tendría en su estado de polvo, si fuese factible conservarlo tan seco y puro como después resulta el grano. Es cierto que generalmente hablando, en cuantas experiencias se hagan con iguales cantidades de pólvoras granada y sin granar, la desventaja caerá sobre esta última, ya por la imposibilidad de que el polvo carezca de la humedad que le perjudica, ya porque puesta la pólvora en polvo en el fondo del anima de cualquier cañón, al menor esfuerzo del atacador de polvo se esparce y separa de modo que sucedería que la pieza se cargase con agua, aire u otro liquido. Se advierte para que se oigan con desconfianza las aseveraciones relativas a la mayor fuerza de la pólvora granada, siempre que estén fundados en experiencias hechas sin las debidas precauciones.

En la obra de D. Francisco Rovira, publicada en Cádiz en 1.787, se leen las siguientes expresiones. Si la pólvora tiene algunos granos reducidos a polvo se inflama también con mayor lentitud, mayormente hallándose atacada, como lo está regularmente en el cañón, cuyo efecto no fuera tan sensible si estuviera sin alguna presión, experimento que cita Mr. Muller haberlo practicado el Coronel Desagulier, y encontrado de igual fuerza la pólvora en grano y en polvo; pudiendo citar otra experiencia propia practicada con un morterete de prueba, por lo cual encontramos ser poco menor el alcance de la pólvora molida, puesta en la recamara sin alguna opresión, pero sobrepuesto un taco y oprimida, fue mucho menor su potencia.

Labayru, autor de 1.765, que escribió para las mismas escuelas de Artillería de Marina, funda la inutilidad de la pólvora en polvo en las razones que todos sabemos, y hemos dado de liquidarse las partículas del salitre con la humedad del aire, pero también dice que la pólvora se reduce a grano a fin de que por los vacíos entre grano y grano se comunique a todos prontamente el fuego, y se encienda casi instantáneamente, logrando de este modo el mayor esfuerzo para arrojar la bala o bomba.

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  Por las experiencias del Coronel Desagulier y las de Rovira, que las ventajas de la pólvora granada sobre la que se mantiene en polvo, solo se verifican cuando oprimidas ambas en la recamara por los golpes del atacador se esparce y separa como líquido la que está sin granar, Por lo mismo es infundada la especia de razón teórica que da Labayru, diciendo que la multiplicidad de granos y de los intersticios entre los mismos contribuyen a que sea más instantánea la inflamación de la pólvora.

Este autor no reflexionó que cada grano de pólvora es un pequeño cuerpo aislado que contiene porciones de azufre, carbón y salitre coagulado. Prescindiendo de la mayor dificultad que presentan los granos para inflamarse, por la especie de barniz que cubre su superficie, respecto al puro polvo, ¿Quién no advierte que el incendio de un grano se ha de comunicar al otro por orden sucesivo, y con transcurso de tiempo tanto mayor, cuanto mayor sea su número? Por lo que Labayru establece, la pólvora de granos más menudos sería de mayor potencia que la de granos mayores, opinión que destruyen las experiencias del Caballero D´Arcy de su Teórica de Artillería.

Texier de Norvec, Caballero de la Orden militar de S. Luis, Jefe de División de la marina, en sus reflexiones sobre Artillería de la misma, impresas en París en 1.792, se explica en estos términos respecto a la operación de dar grano a la pólvora. La pólvora después de granada ha producido tantas variaciones en los ensayos que de ella trató de hacer el químico Mr. Baumé, que fue preciso examinarla en polvo seco y fino, y antes de darla el grano, porque este mixto tiene menos fuerza a medida que se humedece más para darle el grano; consecuentemente la pólvora pierde mucho de su fuerza en la operación de granarla.

Este accidente va anexo a todas las pólvoras; porque sin la operación del grano serían de poco o ningún servicio. Por lo tanto el polvorista o fabricante debe cuidar de dar el grano cuando la mezcla tenga la menor humedad posible. La pólvora después de granada ha sido siempre de menos fuerza que la que ha estado en polvo, por las experiencias que se han hecho. Consiste esto en que el nitro se cristaliza aisladamente dentro de cada grano; lo que se observa, rompiendo estos y mirándolos con un microscopio; así no puede estar tan bien mezclado entre las partículas de carbón y azufre.

Mediante las nociones que acabamos de dar para la formación de la pólvora, podrá muy bien cualquier marino hacerse con una corta porción de ella, aunque necesite crear, por decirlo así, los ingredientes que la componen. La existencia de una poca pólvora a bordo de los barcos es de absoluta necesidad para pedir auxilio de otros en la mar por medio de cañonazos, y también en las cercanías de las costas y entradas de los puertos.

Es muy fácil carecer de la pólvora que se sacó para el armamento del buque, por haberla consumido en los combates, anegado con el fin de precaver funestos resultados en la propagación de un incendio y por otras causas. En cuyo caso hallándose un oficial en una isla o continente de gentes incultas, puede adquirir el salitre, mediante la exposición de médanos de tierra al influjo atmosférico, y elaborarlo y afinarlo por las coladas y evaporaciones del agua de que hemos hablado.

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Respecto al carbón sobran medios para tenerlo; y en cuanto al azufre que podría en caso necesario excusarse, aunque con menoscabo de la bondad del mixto, se deben aprovechar las noticias acerca de la existencia de antiguos volcanes, en cuyas cercanías y con más certeza en las de los vigentes, no puede faltar azufre de superior calidad. Hernán Cortés se halló en este caso durante la conquista de Méjico. Es digno de leerse la Historia de la Conquista de Méjico, escrita por Don Antonio Solís; donde este autor pinta el volcán de Topocatepec a vista de la antigua ciudad de Tlascala, y al intrépido Capitán Español Diego de Ordaz, trepando con dos soldados de su compañía por los riscos del monte, hasta llegar a la boca misma del cráter del volcán, en medio de los temblores de la montaña, y una espesa lluvia de fuego y de ceniza.

Esta bizarría de Diego de Ordaz no pasó entonces de una curiosidad temeraria; pero el tiempo la hizo de consecuencia, y todo servía en esta obra; pues hallándose después el ejército con falta de pólvora, para la segunda entrada que se hizo por fuerza de armas en Méjico, se acordó Cortés de los hervores de fuego liquido que se vieron en este volcán, y halló en él toda la cantidad que hubo menester de finísimo azufre para fabricar esta munición; con que se hizo recomendable y necesario el arrojamiento de Diego de Ordaz, y fue su noticia de tanto provecho en la conquista, que se la premió después el Emperador con algunas mercedes, y ennoblece la misma facción dándole por armas el volcán.

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