La artillería naval es el conjunto de armas de guerra de un buque pensadas para disparar a largas distancias empleando una carga explosiva impulsora.

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¡¡GLORIA A LOS HÉROES!!

BOLETÍN DEL CONDESTABLE MAYO DE 1.899; REPRODUCIDO EN 1.932 (NÚMERO EXTRAORDINARIO).

Dedicado por el Cuerpo, a perpetuar la memoria de los Condestables muertos por la Patria en los combates navales de Cavite y Santiago de Cuba en los días 1º de mayo y 3 de julio del año 1.898.

A los pocos días de destruida la mal llamada Escuadra de Filipinas, la prensa toda, por los propios enemigos dio a la publicidad artículos apologéticos de la Marina, haciendo de ella calurosa, brillante y justa defensa. De entre ellos, copiamos lo siguiente:

“Conmueve y enorgullece el relato que los mismos enemigos hacen de la Escuadra Española de Filipinas. En casi todos los momentos de la horrible lucha en la sombra de los héroes de Trafalgar debieron vagar por la bahía de Manila”.

El corresponsal yanqui del Daily Telegraphy vencese a tanto valor y a tan alto espíritu de sacrificio y dice: “Ninguna Marina del mundo ha peleado jamás como peleó en ese día la Marina Española”. Para los tripulantes del “Castilla” tiene el corresponsal yanqui palabras de suprema admiración. “No es posible -dice- imaginarse nada semejante”.

Sin esperanzas, inermes, imposibilitados de toda acción ofensiva, inútiles para la defensa todos los recursos empleados, sufrían impasible sus pobres barcos de madera la destructora lluvia de fuego. Sus bombas caían en el fondo del mar, sin alcance ni eficacia posible, las del enemigo iban sobre seguro a dar en el blanco.

Sin embargo, los buques españoles revolvíanse en movimientos de hermosa acometividad; el “Cristina” avanza hacia la férrea mole del “Olimpia”, el “Castilla” destrozado se agita como si el alma de sus tripulaciones fuera superior a la ruina y a la muerte, y el “Ulloa” batalla y acomete, dándose por rendido únicamente cuando el mar traga la despedazada madera, los cañones, los hombres y la bandera no arriada.

GLORIA Cristina
Crucero “Reina Cristina”

¡Página, a un tiempo dolorosa y sublime, esa que han escrito con sangre nuestros marinos!

¡Mísera y negra victoria de la escuadra yanqui!

Ya puede el Capitolio americano ceñir laureles a sus esforzados campeones; la Historia dirá que esos laureles pertenecen a los armadores de sus buques, o a los constructores de sus cañones, no a Dewey ni a sus compañeros, simples guerreros de ventaja. El conocimiento, mediante testimonio interesado, de los sucedido frente a Cavite, debe ser muy consolador para España. En el hermosísimo movimiento del “Cristina” se advierte de que manera querían jugar la vida los marinos de España.

¿Cómo desconocer el peligro inmediato de la aproximación al “Olimpia”? Y el “Cristina” avanza gallardamente como el antiguo gladiador hacia la fiera…

No: el mundo entero lo dirá hoy, no puede ser una victoria honrosa el vencimiento conseguido por la superioridad material de cien poderosos factores contra el valor indefenso. Para que los yanquis demuestren algo se necesita que luchen con nosotros en condiciones de relativa igualdad, no amparados del número y de la calidad en los medios de un combate, librado por ellos a espaldas del honor y hasta con escarnio del derecho de gentes.

Para hacer la guerra marítima, que es completamente distinta de las guerras terrestres, se necesita medir antes las fuerzas navales de los beligerantes: jamás podría el débil vencer al fuerte. En el mar no se juzga la victoria por la decisión del que pelea, sino por las condiciones y el número de buques combatientes.

Un acorazado bien artillado se defenderá con éxito de dos barcos inferiores y los acometerá triunfante, así tripulen éstos los marinos más esforzados e inteligentes del mundo. No es cuestión de fuerza moral; no cabe estrategia, es el poder ofensivo y defensivo de la artillería y de los blindajes el que decide la suerte de los combatientes, dándole inflexiblemente la victoria al que mejor la tiene, y si hay además superioridad de número la obtendrá más rápida, menos costosa y más fatal para el temerario que afronte semejante peligro.

GLORIA Olympia
https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Cavite

El corresponsal del Heraldo de New York que acompañaba a la Escuadra del Comodoro Dewey, al comunicar a su periódico detalles del combate, describió cuadros horribles. “He visto –decía- ocho marinos españoles horriblemente mutilados; uno había perdido la cabeza, otro tenía mutilado el estómago y el vientre.

Un oficial de complexión robusta y de talla hercúlea, estaba destrozado y quemado”. Desde el momento en que esto leímos, abrigamos la sospecha de que la última víctima lo era el muy digno y pundonoroso Primer Condestable Don Mateo Durán y Bornás, y desgraciadamente no nos engañamos.

Del parte oficial de dicho combate, publicado por la prensa, copiamos los siguientes párrafos:

“Al poco tiempo de empezar la acción una granada reventó en el castillo del “Cristina”, dejando fuera de combate a todos los sirvientes de los cuatro cañones de tiro rápido”.

“Una granada de grueso calibre, perforando los guarda-calores, dejó fuera de combate a un Condestable y doce hombres sirvientes de la artillería”.

“Los cañones del costado con que contábamos, sin averías sensibles, continuaban el fuego y un cabo de cañón con un cabo de mar, únicos que quedaban ilesos, iban disparando los que les dejaban cargados la marinería de la maniobra que sustituyó repetidas veces a la artillería, todos ellos fuera de combate”.

“La insuficiencia de los buques que componían mi pequeña Escuadra, falta de personal de todas clases, especialmente de Condestables y artilleros de mar, las triplicadas fuerzas del enemigo y la ninguna protección de la mayor parte de nuestros buques, todo contribuyó a hacer más cruento el sacrificio que hicimos en aras de la Patria”.

La Correspondencia de San Fernando, en su número del 8 de noviembre, dice lo siguiente:

“En el último correo de Manila escribe un Jefe de la Armada a un amigo nuestro, sobre el combate naval de Cavite y muerte del Primer Condestable Don Mateo Durán, expresándose en los términos siguientes: Tuve el gusto, al par que sentimiento, de ser el último que le vio sumergirse totalmente destrozado y carbonizado al lado de su Comandante Sr. Cadarso, al retirarme con los últimos heridos que pude salvar entre aquel mar de proyectiles y fuego en que se convirtió el crucero, momentos antes de sumergirse hasta la cubierta, tal cual hoy se encuentra contra el Morro del Arsenal.

Impuesto del triste fin de este desgraciado amigo, a quien apreciaba bastante por sus especiales condiciones, le diré también que murió como un valiente, hasta el heroísmo; por cuyo motivo se ha formado el expediente o juicio contradictorio para la Cruz de San Fernando, que ya terminado, se remitió a Madrid en julio último, sin que se sepa aún el fallo del Supremo Consejo, que todos esperamos sea favorable”.

Más tarde hemos sabido que ordenado el abandono del buque, por lo imposible de resistirse en él, su Comandante el valeroso Don Luís Cadarso quiso ser el último en dejarlo, y a él estuvo íntimamente unido el Primer Condestable Don Mateo Durán, resistiendo sus exhortaciones para que se salvase, en espera quizás de momento en que poder alejar de las garras de la muerte a su jefe; pero la última granada del inhumano enemigo que cayó en el “Cristina”, cortó en el mismo instante aquellas dos vidas. ¡Seguro que unidas sus almas, volaron a la mansión de los héroes!

GLORIA Cadarso
Capitán de Navío D. Luis Cadarso y Rey

¡Noble y triste contraste! En el crucero “Cristina”, el Primer Condestable Don Mateo Durán, después de pelear como bueno, muere por acompañar en el combate hasta el último instante a su Comandante Sr. Cadarso. A los dos meses, en Santiago de Cuba, el 2º Jefe del “Oquendo”, Don Víctor de Sola, en el momento que procuraba la salvación del Condestable Martín Zabala, gravemente herido, con el muere ambos completamente destrozados.

El hoy Segundo Condestable Juan Lamadrid Rueda, en el “Cristina”, sufre la pérdida de una pierna y dominando el dolor su desmedido afán por contribuir a dejar a salvo la honra de sus amadas Patria y Marina, continúa haciendo fuego con el cañón que cree causar más daño al enemigo, hasta que gravemente herido de la otra, cae sin sentido, que no recobra hasta pasado algunos días. Tan heroico comportamiento ha sido premiado con la Cruz Laureada de San Fernando. Igual condecoración ha obtenido el de su misma clase Manuel Autero Liñán, por sus brillantes servicios en el río Cauto (Cuba).

El 1º Don José García Domínguez, en el “Castilla”, recibe una tras otra, múltiples heridas y quemaduras, que de momento no consiguen alejarlo del cañón que por bajas sirve solo, haciéndole su extremado valor descender a desempeñar cometido de clase muy inferior a la suya. Por ello premiado será, como le dice su ilustre Almirante señor Montojo.

El 2º Antonio Revert, resulta herido en el “Ulloa” después de realizar tales proezas de heroísmo que es admirado por los que tantas llevaron a cabo y por ello propuesto está para una alta recompensa. Como resumen, diremos: que los tres buques que, por su situación y porte sufrieron más en el combate, no llevaban más Condestables que los relacionados entre muertos y heridos, y de los restantes ni uno solo resultó ileso.

¿Es posible la conquista de mayor honra para corporación tan humilde?

Cuando conocido sea lo sucedido, en todos sus detalles, seguro estamos que no habrá ni un solo hombre de recta y sana conciencia que pueda imaginar más cruento sacrificio que el en general consumado por aquel puñado de valientes, en aras de su Patria.

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